“Aprendí la sabiduría sin malicia, reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas. Porque es un tesoro inagotable…” (Sabiduría 7, 13-14)
No hay que ser un sabio perfecto para aplicarse este verso de la Escritura. En la medida en que participamos o estamos llamados a participar de la sabiduría de la Iglesia, todos podemos aprender de este texto cómo guiarnos en el amor y uso de esta sabiduría.
Debemos aprender la sabiduría “sin malicia” en la intención: no querer ser sabio por deseos desordenados de dinero o fama, sino desearla como camino a Dios… Se reparte “sin envidia,” es decir, sin temor de que otros se lleven la fama de alguna cosa que uno dijo o enseñó. Y la razón de esto es que, si uno obtiene la sabiduría, siempre va a poder acceder a muchas otras ideas, nuevas y profundas. El tesoro de la sabiduría “es inagotable.”
“Guardarse las riquezas” de la sabiduría es preocuparse demasiado de que las propias ideas queden con uno, es decir, que todos sepan que son nuestras ideas. No guardarlas es compartir nuestras ideas por amor a los demás, ya que, si son buenas ideas, le harán bien al prójimo.