La santidad no es la palabra hueca
sino encarnada, ni es la cara estoica;
pero tampoco es llama de hojas secas
que dura nada. Ella es como una roca
de la que mana agua y sangre, y su boca
es corazón herido que se queja.
¿Cómo era humano el Corazón de Cristo?
¿Tuvo pasiones? ¿Alguien las ha visto?
Cuando, en Caná, a la mesa se sentaba,
gozó del vino, no lo tomó con miedo
ni en exceso, ni sin acción de gracias;
ni se olvidó ser Dios al ver tristeza
cuando, acabado el vino de la fiesta,
inauguró la Fiesta que no acaba.
Se enojaba contra los fariseos
y a latigazos expulsó mercantes;
lloró la muerte del que estaba enfermo,
que murió por no haber Él llegado antes;
y, aunque sabía de su triunfo eterno,
triste de muerte transpiró su sangre.
Él sintió las pasiones porque quiso
y elegía sentir sólo las buenas;
porque no lo arrastraban sin permiso
sino que Él las dejaba que fluyeran
cuando convenía, como una represa
que se abre a voluntad cuando es preciso.
Nos redimió con pasión, con su tristeza,
con su angustia, ansiedades y temores…
¡Mirad si hay un dolor más encarnado!
¡Pasión entretejida de pasiones!
Pasiones, redentoras en su carne,
redimidas, redimen a los hombres.
Si el Corazón de Cristo no es de piedra
sino de carne, compasión y amores,
la santidad, entonces, no es abstracta:
es encarnar la gracia en las pasiones
para ofrecerlas, por la cruz purgadas,
resucitadas en puros corazones.
La santidad no es sólo pasiones
ni el Verbo Encarnado es sólo carne;
pero ¡cuidado con las abstracciones
y los estoicos del deber sin sangre!
La pasión que Dios quiere para el hombre
no se niega sin negar a su Hacedor:
hay que negar la pasión desordenada
y la creatura aparte del Creador.
La pasión da esplendor a la obra buena
porque encarna la gracia ante los hombres:
no sea del obrar la sola causa
pero no sea excluida de su corte;
y el que no la sienta, no se culpe
ni la desprecie en otros corazones.
Sagrado Corazón, en vos confío:
¡ayúdame a educar estas pasiones!
Andrés Ayala, Junio 2024